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Sólo una muerte, la de cualquier persona, sería razón suficiente para descartar la muerte como vía de resolución de cualquier aspiración ideológica o política. Sólo una muerte, cuando se produjo, debiera haber puesto en marcha su día la máquina de la razón más rigurosa y la de la Justicia más estricta, simultáneamente. Más de una muerte, en un solo golpe, es demasiado para una sociedad hastiada de sangre inocente y violencia insensata.
Las muchas muertes de Madrid hoy, las muertes contadas y las que pudieron descontarse del afán asesino a sólo tres días de que los ciudadanos y ciudadanas de España ejercitemos nuestra voluntad a través del voto democrático en unas elecciones generales y autonómicas en Andalucía, puede empujar a una deriva colectiva que, desde la mayor profundidad de los sentimientos y el más absoluto respeto a los derechos cívicos, repugna y convierte en error no buscado la muerte múltiple de ciudadanos y ciudadanas, todos ellos inocentes, porque no existe culpable alguno frente a la violencia, porque la violencia y la muerte que desata anula la razón, si la hubiera, de quien provoca tal consternación.
Ninguna idea, ninguna patria, ninguna causa puede inspirar la muerte como medio o fin. Ninguna idea, ningún sentimiento, ni el del asco o la amargura, puede convertirnos en espectadores pasivos de ninguna otra deriva que no sea la de afianzar el Derecho, reivindicar la Justicia y el uso de la razón política de quienes tienen esta responsabilidad.
Las sucesivas muertes se aúnan clamorosamente sobre las muertes de hoy, en una detonación contra la democracia y la libertad de volumen inusitado, de consecuencias humanas, familiares y ciudadanas fáciles de imaginar y sin apenas espacio para el olvido. El estruendo de estas muertes remueve la base misma de cualquier inquietud política, por inquieta que sea la política que se pretende en nombre de pretendidos ciudadanos. Y la consecuencia, de todo ello, en el día de hoy, es un horizonte más abierto de rencor.
Como Defensora del Pueblo, desde la consideración ciudadana e institucional que esta Institución pueda merecer, quiero hacer llegar mi más profundo sentimiento por las víctimas del múltiple atentado del día de hoy, desde la solidaridad con el dolor y desde el extrañamiento que este hecho me produce de mí misma como ciudadana de un país en democracia. Confío en que seamos millones, decenas de millones las personas incapaces de reconocernos en una sociedad que lleva hasta aquí la incomunicación, el odio, la sin razón. Y aliento a los ciudadanas y ciudadanos a que, dentro de tres días, unamos nuestra voz, la más íntima, la que depositamos en la confesión o en las urnas, unamos nuestra voz en un grito feroz contra la muerte, contra el odio; un grito con todos los navarros y navarras a favor de la esperanza de saber convivir, de recuperar nuestra capacidad profundamente democrática de coexistir como ciudadanos, los que sólo somos ciudadanos, y como gobernantes los que hayan de serlo.
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